viernes, 20 de julio de 2018

El discurso político de la izquierda hispanoamericana: las cinco promesas básicas

En un artículo previo, con el mismo nombre por cierto, hablamos de los cinco elementos  condicionantes del discurso de la izquierda en nuestros predios continentales de habla hispana e hicimos referencia a las cinco “promesas básicas” que de aquellos se derivan y al través de las cuales se estructura (y gravita) todo el manejo instrumental del discurso de esa facción ideológica. Y decimos instrumental porque existe a nivel mundial y desde su aparición en la Europa del siglo XIX, madurada en la Revolución Industrial, una discusión de más altura, referida a su validez filosófica, ideológica, política, económica y social, debate que por cierto escapa a las grandes masas populares por su densidad académica.

El presente artículo, tal cual el anterior, pretenderá entonces pergeñar ideas, precisamente, sobre las que hemos definido como “promesas básicas” del exordio reivindicador de la izquierda hispanoamericana, que se decantan en sus contenidos discursivos, reiteramos, especialmente a los puros efectos de su manejo instrumental. Son estas “promesas” las que se arguyen hasta la saciedad para promover ese “mecanismo virtuoso” de la “emoción-pasión-acción” que permite a sus líderes, tanto a socialistas como comunistas, organizar movimientos de masas, destinados a la única tarea de la toma del poder político y una vez allí, consolidar su presencia mediante el uso sistemático de instrumentos de control social, así como, de manera más directa, al través de la aplicación sistemática de la violencia, la represión y la muerte como mecanismos prácticos para ejercer la dominación mediante el miedo.

En razón de la exposición anterior, formulemos en consecuencia y en el contexto de su estructuración como conjuntos de actos de habla, las cinco promesas a las que hacemos referencia:

1.- “La desaparición de la pobreza mediante la justa distribución de la riqueza” o “Delirio de Robin Hood”.

2.- “La extensión de la educación gratuita, universal y de calidad” o “Delirio Platónico”.

3.- “La reivindicación popular mediante la justa venganza contra la burguesía, los opresores y el imperialismo” o “Delirio del Vengador Errante”.

4.- “La lucha contra la corrupción y su derrota definitiva” o “Delirio Revolucionario Moralizador”.

5.- “La vida eterna en la felicidad, la belleza y la pureza de las almas” o “Delirio del Paraíso Socialista Terrenal”.

Vayamos al encuentro de cada una de ellas.

La desaparición de la pobreza mediante la justa distribución de la riqueza” o “Delirio de Robin Hood”.

Con independencia de que la evidencia empírica (de una presencia abrumadora por cierto) deja patente el hecho de que la pobreza es un subproducto pernicioso del Capitalismo como sistema económico, el pobre o los pobres del mundo tienen la imperiosa necesidad de saber ¿Por qué lo somos?

Las monarquías absolutas, las constitucionales y las formas de gobierno que devinieron luego de la Revolución Industrial y que, en sus albores, reprodujesen grandes movimientos sociales como la Revolución Francesa y la Revolución Bolchevique, siempre justificaron la presencia del pobre, el desamparado, el explotado y el sufridor de oficio, mediante las apelaciones que las religiones siempre hicieron al noble y al justo en contraposición a aquellos quienes, inexorablemente, “habían venido a la tierra para expiar sus pecados de vidas pasadas” o “para sufrir en este valle de lágrimas”. La promesa de un mundo mejor “más allá de la vida”, resultaba suficiente para expresiones mayoritarias de los pueblos. Pero para algunas eminentes figuras en pequeñas comunidades, carismáticas por naturaleza, aquella explicación nunca resultó suficiente. Con el reventón de la Revolución Francesa y los movimientos independentistas en las Américas, la posibilidad de “cambiar por la vía de la acción” aquella situación de “injusticia social” se materializó, tal cual parece hacerlo el sol cada mañana.

Tres grandes conclusiones empíricas han arrojado con el tiempo los movimientos llamados “revolucionarios”: la primera, que nada es permanente y todo es susceptible de cambio mediante la resuelta acción voluntaria; la segunda, el cambio puede ser explosivo, inmediato y total; la tercera, no existe la dominación eterna. Con la Revolución Bolchevique al inicio del siglo XX, esa percepción se patentizó en hecho concluyente. De manera que la lucha contra la dominación, ejercida permanentemente tanto por parte del poder político, expresada en formas de gobierno como, por ejemplo, las monarquías o dictaduras militares, como por parte de sus oligarquías derivadas (merced de la colusión de poder político y capital), se volvió tarea fundamental del marxismo y por ende prédica sustantiva del lenguaje político marxista.

Desde entonces “la desaparición de la pobreza mediante una justa distribución de la riqueza” se ha vuelto promesa básica de toda organización o movimiento que se auto bautice o precie de ser revolucionario. En ese acto de habla complejo, hay dos de naturaleza simple e independiente como proposiciones discursivas, a saber, “la desaparición de la pobreza” y “la justa distribución de la riqueza”. Seguimos sosteniendo que la nuestra, esto es, nuestra sociedad hispanoamericana, es una sociedad estructurada sobre la base del poder como motivación; en tal sentido, la riqueza es un elemento esencial para ser reconocido socialmente. Así, la riqueza material es meta de todas y todos. No importa cómo, hay que hacerse de cierta cuantía de patrimonio material y mientras más, mejor. El reconocimiento social está en razón directa a la cuantía material del patrimonio.

“La desaparición de la pobreza” en términos estrictamente instrumentales y a los fines de un discurso que mueva a la activación del mecanismo “emoción-pasión-acción” debe pasar por la identificación de un “culpable”, identidad que se traduce en la de un “pagador”, esto es, alguien que debe “pagar por mi pobreza” porque asume la responsabilidad, cuasi penal, de ser el poseedor de la carga punitiva de “mi sufrimiento”. Una vez más, aunque la evidencia empírica también resulte abrumadora, en tanto la existencia de explotadores y esclavistas en la sociedad pre-capitalista y luego formalmente capitalista, tampoco es menos cierto que el avance de ciertos mecanismos institucionales y el reconocimiento de la esclavitud (de manera general) como una práctica deleznable y pretérita de la humanidad (aunque aún exista en buena parte del mundo), han permitido la creación de leyes para la protección de la ciudadanía, especialmente de los trabajadores.

El discurso político de la izquierda hispanoamericana promete, obsesivamente, hacer desaparecer la pobreza ¿Cómo? Con la vieja fórmula del Robin Hood: quitarle al rico para darle al pobre. Por eso cae impenitentemente en una suerte de “Delirio de Robin Hood”.

Asumiendo por “burguesía local” a todo poseyente de algún nivel de riqueza en las sociedades,  los líderes de izquierda enfocan sus baterías contra comerciantes, industriales, empresarios, banqueros y sus asociados, acusándolos de haber “desposeído al pobre” de la riqueza que, en justicia (siempre la llamada “justicia revolucionaria”), debía pertenecerle cuasi por “derecho divino” al ser “el pueblo” (por cierto solo los pobres son parte del “pueblo”) el detentor natural de la soberanía, de allí aquel concepto, también tan trillado por las “izquierdas”, de “soberanía popular”. Clarísimos de que ese es un principio marxista inequívoco, dejado sin ambages patentizado por Marx y Engels en el “Manifiesto”, esto es, la abolición de toda forma de propiedad privada, declarando entonces que “La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales”[1], desde el punto de vista instrumental y en nuestras sociedades hispanoparlantes, imbuidas de manera natural de una “pasión incontrolable” , que tiende inexorablemente también a ponerle “nombres y caras” a nuestro sufrimiento, especialmente por la ausencia de lo material, las izquierdas son raudas en identificar al “culpable de ese sufrimiento”. De manera que, por analogía elemental, mecanismo que el más simple de los cerebros puede activar, “si esta cara y aquel nombre son culpables de mi pobreza, esta cara y aquel nombre son mis enemigos naturales y  solo eliminándolos, terminará la pobreza”. Ergo: la pobreza desaparecerá cuando desaparezcan mis enemigos. Para la gran mayoría de la población, casi siempre en difíciles condiciones de pobreza material, no hay elaboración ideológica: solo el conveniente establecimiento de una conexión emocional.

Una vez en el poder político, la izquierda se dedica a la eliminación sistemática y permanente de la burguesía, pero solo de aquella parte de la burguesía que encuentra como obstáculo en su devenir y que, por elemental sentido de supervivencia, suele defenderse con “dientes y garras”. Al tiempo termina coludiéndose con sus restos; tales restos mejoran su posición y finalmente enseñan a la “izquierda revolucionaria”, más específicamente, a su “alta dirigencia” a ser tan burguesa como aquella primigenia alguna vez lo fuera. Si en su política de exterminio de la burguesía, los izquierdistas resultasen exitosos, crearán “Nomenklaturas” o “Altas Autoridades del Partido”,  estructuras que, peores que aquellas burguesías otrora odiadas, se harán más vulgarmente ricas, pero jamás por fruto del trabajo creador, sino al amparo del usufructo material del poder estatal, es decir, al través del cohecho, la concusión y el tráfico de influencias.

De allí el contenido instrumental del segundo acto de habla, esto es, “una justa distribución de la riqueza”, es decir, la materialización de un método para obtener “la riqueza a repartir” que conducirá como consecuencia a la eliminación de la pobreza. La “justa distribución” pasa por la ocupación de los bienes de la burguesía, mediante la expoliación o la exacción por la vía de la intermediación expropiadora (jurídica, legal y revolucionaria), para luego ser “redistribuidos” entre los "desposeídos” (categoría que hay que acentuar, esto es, la “desposesión”) para que tal acción devuelva “a sus legítimos propietarios” la posesión de aquella riqueza de la que “fuesen desposeídos”  por el oprobio y al través  del tiempo. De nuevo Marx y Engels lo hacen saber en su viejo “Manifiesto”, instrumento tremendamente eficaz para justificar, no obstante la distancia de siglos, la “justa distribución de la riqueza”: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.”[2]

En una conclusión pura y simple: “la pobreza solo podrá desaparecer sí y solo sí se hace una justa distribución de la riqueza poseída por la burguesía, culpable directa de su existencia”. En términos instrumentales: “todos somos susceptibles de ser calificados como burgueses cuando quien quiera ocupar, invadir, expoliar o expropiar, en nombre de la justicia revolucionaria, así lo deseé”.


“La extensión de la educación gratuita, universal y de calidad” o “Delirio Platónico”.
 
Con independencia de que esta debería ser una aspiración de todo Estado, más allá de fronteras físicas, políticas, ideológicas o sociales porque un pueblo educado y parafraseando a Simón Bolívar en sentido inverso, es el “instrumento luminoso de su propia construcción”, para la izquierda hispano parlante es suerte de “obsesión discursiva” y, en consecuencia, “promesa básica constante”. Solo en “Revolución” o mediante “la Revolución” el pueblo (reiteramos, solo “los pobres y desamparados”, porque solo ellos son susceptibles de hacer parte del “paraíso popular” prometido en la construcción discursiva de la izquierda), puede acceder al disfrute pleno del derecho a una educación gratuita, universal y de calidad. Gratuita, en tanto implicar su otorgamiento ningún costo a quien recibe el servicio; universal, en tanto abarcar todos los niveles educativos, es decir, básico o elemental, primaria, media, especializada y superior, fuese esta propia tanto de las Ciencias Básicas como de las Ciencias Humanas, así como para todo niño, niña, adolescente o adulto; de calidad, representando esta distinción aquella educación dotada de los más altos niveles de exigencia y contenido, consistentes con aquellos definidos como "del más alto nivel".

Logro indudable de la extinta Unión Soviética y de los primeros años de la Cuba socialista, la educación gratuita, universal y de calidad formó a su dirigencia con notable eficiencia sí, pero para mantener en el poder al mismo grupo y a su partido único. El “gobierno de los sabios” un delirio platónico de los clásicos, adjetivado de ese modo precisamente por la vieja aspiración de Platón, tiene presencia distintiva en el discurso de la izquierda hispanoparlante.  Sabiduría que se atribuye de manera natural al pueblo (reiteramos y reiteraremos hasta la saciedad, solo “los pobres y desamparados”), no tiene límites de raza, sexo, antiguo credo o color, eso sí, no puede atribuirse jamás a la burguesía porque de tenerla y demostrarla, “la pone al servicio de sus mezquinos intereses de clase”. Otro ergo: “…un pueblo sabio se auto gobierna y puede destruir la dominación de clase que ejerce la burguesía…”. Y solo “nosotros los revolucionarios y en Revolución, podemos garantizar la educación gratuita, universal y de calidad”…Y otro ergo más: “Un pueblo solo puede ser sabio si lo gobernamos nosotros” “Nuestra dominación educa”…


“La reivindicación popular mediante la justa venganza contra la burguesía, los opresores y el imperialismo” o “Delirio del Vengador Errante”.

La burguesía” y “el imperialismo” son conceptos marxistas y por ende construcciones discursivas propias del lenguaje político marxista. Toda Revolución que se precie ser de izquierda, tiene que utilizar ambos conceptos como elementos estructurales esenciales de su discurso revolucionario. Cuando nos referimos a la desaparición de la pobreza, hablamos de la identificación “con cara y nombre” del responsable de “mi sufrimiento”. Esta promesa conduce a hacer pensar a quien la escucha (y, acaso, hace consonancia cognitiva con sus contenidos personales), acerca de la existencia de un culpable del que hay vengarse con legítimo derecho, por todos los años de privaciones y carencias.
Una vez más, con independencia de que la evidencia empírica es abrumadora, respecto de los excesos cometidos por los gobiernos de derecha en nuestros predios, fuesen civiles democráticos o militares de facto, en tanto usos de las ergástulas, la tortura, la persecución, la exacción y la muerte como mecanismos de control social, con la complicidad de las grandes potencias del mundo, también en los gobiernos auto denominados de “izquierdas” tales prácticas han sido (y son) cotidianas. Pero en la “identificación plena del enemigo interno” las izquierdas son obsesivas en ubicar “caras y nombres” en aquellos sectores o grupos susceptibles de ser inequívocamente ubicables también entre “la burguesía” y “el imperialismo”. Esta “ubicación” reiteradamente utilizada “al voleo”  por los dirigentes de la izquierda, sean gobierno o no, permite además engrosar las filas de “la vindicta pública revolucionaria” con todo aquel que interese a sus objetivos estratégicos, sobre todo si se trata de conservar a ultranza el poder político.

Esta prédica encendida de la “justa venganza” dirige esfuerzos (a veces de manera quirúrgica), hacia cualquier obstáculo en el camino hacia el poder o estando en el poder, hacia cualquier foco de resistencia que se le presente al  “gobierno revolucionario”, detonando con eficiencia mediante el manejo hábil del discurso, el mecanismo virtuoso de la “emoción-pasión-acción” hasta límites que la Venezuela de 2017 y la Nicaragua del año que corre, han visto operar en sus calles con la carga sangrienta de su mortal resultado. La izquierda hispanoparlante siempre asume el papel de la “defensora de los pobres y los desamparados” y por consecuencia, sus militantes más activos, el delirio del “vengador errante” por aquel viejo principio del “internacionalismo proletario”.


“La lucha contra la corrupción y su derrota definitiva” o “Delirio Revolucionario Moralizador”.

“Desafortunadamente para nosotros en Hispanoamérica, la corrupción es crónica e ínsita a todas nuestras sociedades. No hay hueso sano. Gobiernos, empresarios, industriales, partidos políticos, Fuerzas Armadas, Iglesia Católica, sindicatos, colegios profesionales, instituciones educativas, colegios gremiales, organizaciones de la sociedad civil sin aparentes fines de lucro, etc., etc. están permeados por esta práctica, acaso, como ya lo adelantásemos de alguna manera, una forma de “negociar expeditamente” en nuestros predios.”

Con el párrafo que antecede, iniciábamos el punto correspondiente a “la corrupción” como elemento condicionante del discurso político de la izquierda hispanoparlante. Verdad catedralicia que la evidencia empírica disponible demuestra cotidianamente, es sin embargo para la izquierda “delito y práctica” atribuible con exclusividad a “la burguesía y al imperialismo”. Los “malos” del cuento,  “los execrables, los corruptores, los miserables, imbuidos siempre de ese egoísmo que le es propio al capitalismo”, son los burgueses y los imperialistas. La izquierda, siempre, “con la saeta encendida, merced del fuego purificador, nacido de y en la hornaza moralizadora revolucionaria, cauterizará todo rasgo de corrupción”. Promesa reiterada de los líderes de izquierda, termina por consumirlos en su cruda realidad cuando se vuelven gobierno. Pero para ellos “no es culpable el ciego sino el que le da el garrote”. Siendo connatural a la burguesía y al imperialismo, son ellos, “mediante complejos mecanismos de infiltración, casi místicos en su aplicación”, quienes terminan “corrompiendo” a los “malos revolucionarios” enfermedad imposible de evitar dada la falibilidad humana, porque han de saber  los mortales de esta tierra que, “solo en estos casos, los revolucionarios somos humanos”…En su discurso y en lo tocante a la lucha contra la corrupción, los líderes de la izquierda son cautivos absolutos de una suerte de “Delirio moralizador”, de natura casi monástica, delirio que, por cierto, se desvanece casi completamente en sus prácticas gubernativas. Allí solo se imponen la razón de Estado y las llamadas “condiciones objetivas del problema”…

“La vida eterna en la felicidad, la belleza y la pureza de las almas” o “Delirio del Paraíso Socialista Terrenal.

Completa la izquierda su pentagrama de promesas, con una dotada de la universalidad que su titulación le concede: la posibilidad de otorgarle a la humanidad la creación de una suerte de “paraíso terrenal” allí, en su realidad cotidiana. Consumada la Gran Revolución Socialista, creado “el hombre nuevo” y alcanzado los estadios más altos de pureza humana, allí, solo allí, se habrá al fin arribado a la “etapa superior del socialismo, cual es el comunismo”. Tal y como concluyen Marx y Engels en el “Manifiesto”, esto es, concluida “la gran Revolución”: “Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar”[3].

No privativa de la izquierda hispanoparlante la promesa de un mundo mejor, es sin embargo obsesiva su presencia en el discurso político de sus dirigentes, sin distingo de nación, cultura o posición. Si está en las calles y no es gobierno, la izquierda hispanoparlante propala a los cuatro vientos que “la burguesía y el imperialismo” serán derrotados mediante el esfuerzo unitario, sostenido y permanente de los luchadores sociales, en todos los frentes que “la meta revolucionaria vindicadora de pobres y desamparados” les exija. Y si son gobiernos, la lucha contra la burguesía local “golpista y desestabilizadora” bajo “el patrocinio y apoyo logístico del imperialismo”, será dura pero denodada, siendo inexorablemente derrotada, para dar paso a “la marcha indetenible de los pueblos por las anchas alamedas del progreso, la libertad y la democracia plenas”.

Vanas promesas de la izquierda y su discurso. Al final terminan en el mismo marasmo mal oliente que sus contrapartes. Solo que aquellas, sus contrapartes burguesas, nunca niegan sus orígenes, mienten de cotidiano y terminan solazándose en sus miserias. Ella, la izquierda hispanoparlante, termina en la misma cloaca, con los mismos hedores, pero echándole la culpa a los que hicieron un día las cañerías, negando su sustantiva contribución hecha en peores requiebros de postrimerías y emitiendo “un discurso aséptico” en el más séptico de los pozos. Cosas del “hombre nuevo y sus delirios…"




[1] Marx, Carlos & Engels, Federico, Manifiesto del Partido Comunista. LA BRUJA. Caracas, 2002. Pág.30
[2] Marx & Engels…Op.Cit…Pág.30
[3] Marx & Engels…Idem…Pág.46

jueves, 12 de julio de 2018

El discurso político de la izquierda hispanoamericana: los cinco elementos condicionantes.

Desde que el lenguaje marxista impregnó el discurso político hispanoamericano, al comienzo del siglo XX, materializado el triunfo de la Revolución Bolchevique y fundados los Partidos Comunistas en la región, el discurso político de la izquierda regional, se ha basado en cinco elementos condicionantes, ínsitos además (casi de manera natural) al comportamiento económico, sociopolítico y cultural de nuestras naciones y que permiten pergeñar cinco promesas, propaladas una y otra vez por las organizaciones políticas de esa tendencia, a veces gracias al éxito que dan las armas y las balas y, otras, mediante una sorpresiva votación mayoritaria que inclina las balanzas en la dirección que el poder tradicional mira con auténtico terror.

Existen detractores de ese discurso que incluso (como la bella politóloga guatemalteca Gloria Alvarez Cross) “impenitentemente” caminan por nuestra región, señalando sus “ambigüedades y mentiras”. En un ejercicio teórico propio, que plantearemos en estas líneas, nos atreveremos a señalar (y exponer) los cinco elementos condicionantes; de igual manera, en otro artículo que seguirá a este, abordaremos las cinco promesas que la existencia incuestionable de los condicionantes, hacen derivar y que constituyen el planteamiento básico de la izquierda revolucionaria latinoamericana, tan pronto logra alcanzar el poder político, sea mediante el uso de las armas, reiteramos o al través de los mecanismos electorales que la “democracia burguesa” le provee, en el contexto de su institucionalidad.

Los condicionantes, en número de cinco, ratificamos, parecen ser parte de nuestros bártulos existenciales desde antes de que viéramos la vida como naciones independientes: la pobreza, la ignorancia, el resentimiento, la sed de venganza y la corrupción. Como las cinco heridas de Cristo (la alusión es meramente instrumental) nos acompañaron, nos han acompañado y parece nos seguirán acompañando “per secula seculorum”, dependiendo de cuantos “secula” en un limitado “seculorum”, le queden a esta región o, acaso, al mundo. Comencemos por revisarlos uno a uno.

La Pobreza…

Entendemos en estas líneas por pobreza a la carencia material de todo tipo de bienes, sea total o parcial, siendo esta condición de “parcial” rayana en una exigüidad tal, que la cuantía de su posesión permite apenas la supervivencia más elemental. Esta situación “parcial” de la posesión es siempre utilizada por alguien, sea individual o grupal, como una suerte de “modulador” de la dominación. Así las cosas, terratenientes, patronos, gamonales de turno, jefes, jefecitos, caciques, presidentes, gobiernos, militares, políticos de oficio, empresarios, industriales (de allí la fuerza de convicción que tenga el marxismo en estas tierras para conjurar las disonancias cognitivas y promover tanta consonancia cognitiva, afirmación que hacemos apropiándonos de dos conceptos de León Festinger), han hecho uso de la “administración de la pobreza” para ejercer una sistemática y permanente dominación, sea ideológica, política o simplemente material.

Cuando la pobreza se hace endémica, se transforma en una obsesión tratar de salir de ella en quien la padece cotidianamente, como solía decir A.J Groom “la lucha de quienes no poseen será eterna”. De este modo, la pobreza produce asesinos, torturadores, perseguidores, soldados, policías, espalderos, espías y toda una fauna de seres humanos capaces, prácticamente, de “vender su alma al diablo” por dejar de vivir en una oprobiosa pobreza y, por añadidura, ser reconocidos como “factores poderosos” aun cuando ese “reconocimiento” no pase de los límites de un simple caserío.

Ninguno de nuestros países, incluso aquellos que han logrado interesantes índices macroeconómicos de crecimiento, ha logrado erradicar la pobreza. Más del 80% de nuestras poblaciones son pobres. Esa pobreza viene acompañada de falta de asistencia de los Estados y por consiguiente trae su carga de enfermedad y muerte. Ambas, aparejadas al abuso generalizado, producto de la evidente debilidad del pobre, hacen de la pobreza una verdadera tiranía, en el sentido que Victorio Alfieri diese a tal concepto: la posibilidad de que sea el tirano el que haga las leyes y las viole cada vez que le venga en gana.

El discurso político vindicador de la izquierda hispanoamericana se basa esencialmente en el uso instrumental de la pobreza como una situación de eterna injusticia que hay que corregir, identificando “culpas y culpables”, que, en el fondo, el pobre (sobre todo el nuestro) desea como una verdadera obsesión: ponerle caras, nombres y apellidos. Así “el culpable de tú pobreza” es “el imperialismo yanqui”; “la burguesía local”; “el empresario”; “los ricos blancos y bonitos” todos o uno o una combinación de aquellos. Y así, esos culpables (que de hecho buena parte de su carga forense llevan), terminan teniendo rostros, nombres e historia. Se trata de lo que Lenin y Plejanov discutían permanentemente antes y después de la Revolución Bolchevique; Goebbles y Hitler copiaron en sus manuales de manejo de masas durante el ascenso del nazismo: la identificación física de los enemigos internos y externos.

Así como ninguna de nuestras democracias liberales, apoyadas en el capitalismo como forma de relacionamiento e intercambio de naturaleza económica, han sido capaces de derrotar a la pobreza endémica (acaso porque el capitalismo de sí ha de reproducir a la pobreza, porque la pobreza es un subproducto lógico del sistema de acumulación de riquezas), los sistemas políticos autodenominados socialistas y revolucionarios, no han sido capaces ni siquiera de reproducir alguna suerte de progreso sostenible en el tiempo. Antes por el contrario, han generado los mismos vicios que en las democracias liberales, sobre todos en la reproducción viral de oligarquías parasitarias improductivas, para colmo enquistadas en el Estado y viviendo de los recursos públicos que las actividades estatales y para-estatales producen.

La Ignorancia…

En el  contexto de esta suerte de artículo, definimos a la ignorancia como la falta, total o parcial, de la carga cognitiva necesaria para elaborar pensamientos complejos que permitan, al menos, alguna clase de aproximación a la realidad política, además de la interpretación de sus discursos (sean políticos y/o ideológicos) más allá de la emoción, la pasión o la necesidad imperiosa de sobrevivir. Lo político, lo ideológico o la combinación de ambas categorías, así como sus contenidos, exige la posesión de alguna formación educativa básica o enseñanzas con cierto nivel de especialización, además de la capacidad cultural e intelectual para realizar cierto tipo de abstracciones, más allá de la supervivencia o la pasión. Citemos un ejemplo. El análisis morfológico de una construcción gramatical, exige el conocimiento previo de lo que definimos como sujeto, verbo, predicado y complemento; por supuesto que es obligante que quien pretenda hacerlo, sepa leer y escribir; finalmente, que aquella persona haya podido comer al menos una vez, habiendo despertado aquella mañana, si acaso se tratase de ese momento del día, bajo techo y no a la intemperie, sin haber sido además sujeto de malos tratos, agresiones e incluso tortura. Si ocurre lo contrario, esto es, hay hambre, dolor y falta de instrucción ¿Cómo abordar la solución del problema sin odio, miedo o resquemor, todas emociones que mueven a la pasión?

El uso instrumental de la ignorancia es práctica común en las religiones y las ideologías radicales o extremas. El ser humano compelido a sobrevivir o sujeto a la tortura cotidiana de la pobreza, es presa fácil del sincretismo mágico religioso o el discurso vindicador, lleno de estructuras conceptuales pre-digeridas por oradores imbuidos de los mismos apremios o por aquellos que, conscientes de esa situación apremiante, manipulan a las masas para obtener beneficios materiales o la propensión a la “pasión-acción militante contra un enemigo previamente identificado como culpable”.

La ignorancia, el analfabetismo, la educación de baja estofa, el afán por entender, aunada a la existencia de un talento naturalmente humano que exige explicaciones por tanta ignominia, son caldo de cultivo provechoso a la manipulación. Una vez que las disonancias cognitivas que nacen de la dicotomía pobreza-sufrimiento, son subsanadas con explicaciones simples, la mayoría atadas por lo general a razonamientos elementales o a sincretismos mágico-religiosos, el adepto es ganado para cualquier idea, particularmente para aquella que podría conducir al máximo suplicio, por aquello de que “la muerte por una buena causa, siempre libera”…


El Resentimiento y la sed de venganza…

Estos condicionantes, según este humilde servidor, no resultan ser objetos de necesaria definición. Los vemos cotidianamente en todas nuestras naciones. Siendo sociedades estructuradas sobre la base del poder como motivación (D.Mcleland), las búsquedas esenciales de todos nosotros como miembros de aquellas, se limitan al Mando, la Riqueza y el Reconocimiento. Solo si se tiene Mando (doctor, agente, soldado, carabinero, guardia, policía, oficial, jefe, director, coronel, presidente, diputado, senador, dueño, patrono, gamonal, señor, etc.) se es reconocido en nuestras sociedades. Si a esa condición se le añade dinero o alguna forma de aparentar su segura posesión, el reconocimiento es mayor, dicho en otros términos: el reconocimiento es directamente proporcional a la posesión del poder más la riqueza. No es muy distante a lo que planteasen en diversas épocas de la historia de la humanidad filósofos como Platón y Aristóteles; Vicco, Kant y Hegel; Nitezsche, más tarde Adorno y Focault. Pero en nuestro continente resulta ser el pan nuestro de cada día.

Indígenas expoliados por mineros al margen de la ley, patrocinados (los mineros), a veces, por nuestras propias Fuerzas Armadas; pobres desalojados con violencia de sus chabolas, por haber invadido tierras de ricos terratenientes; ciudadanos de a pie siendo agredidos por la fuerza pública solo por protestar pacíficamente; gente de clase media engañada por instituciones financieras o empresas de seguros; comerciantes especulando con los precios de los alimentos; gobernantes abusando de su posición para cometer peculado, tanto financiero como de uso; privilegiados de siempre, aquí y allá. Y por otra parte, matones de barrio intimidando a las comunidades; jefes de bandas de maleantes protegidos por policías corruptos que someten a poblaciones urbanas o rurales enteras; mujeres y niños maltratados solo por ser pobres e ignorantes; presidentes de instituciones bancarias que salen ilesos de la comisión de delitos fiscales o de la defraudación de sus cuenta habientes, por el solo hecho de tener pitutos o padrinos con poder en los tribunales. Jueces corruptos, sacerdotes pederastas, profesores narcotraficantes, etc., etc., etc…

Toda la fauna referida en el párrafo anterior, “individuos de número en nuestras sociedades” sean de “izquierda revolucionaria” o de “derechas monásticas demoliberales” solo despiertan las dos condicionantes que referimos en el epígrafe de esta parte: resentimiento y sed de venganza.
Y de estos se alimenta, casi consuetudinariamente, el discurso de la izquierda hispanoamericana, que valiéndose del hecho indiscutible de que la realidad expuesta en el párrafo previo, es consustancial a todas nuestras sociedades, orientan y dirigen casi quirúrgicamente los odios, resentimientos y sed de venganzas hacia las “los rostros y razas” así como “espacios y lugares” según sean convenientes a sus intereses de ocasión.


La Corrupción…

  Ningún país del mundo está exento de esta práctica, Y ya no solo en el sector público, a quien los amantes de la libre empresa suelen culpar de todos los males, sino bien enraizado en el sector privado, que ha convertido esta práctica en una “forma legítima de hacer negocios”.

Desafortunadamente para nosotros en Hispanoamérica, la corrupción es crónica e ínsita a todas nuestras sociedades. No hay hueso sano. Gobiernos, empresarios, industriales, partidos políticos, Fuerzas Armadas, Iglesia Católica, sindicatos, colegios profesionales, instituciones educativas, colegios gremiales, organizaciones de la sociedad civil sin aparentes fines de lucro, etc., etc. están permeados por esta práctica, acaso, como ya lo adelantásemos de alguna manera, una forma de “negociar expeditamente” en nuestros predios. El pobre, lleno de resentimiento, ávido por su sed de venganza e ignorante por su situación de supervivencia cotidiana, es víctima permanente de este mal y lo que es peor, incurre en el cuándo colocado en una posición más ventajosa que el resto de sus congéneres, lo aplica como práctica para sobrevivir. Total a  la corrupción descarnada: la ve, percibe, siente y padece cotidianamente.

El discurso político de la izquierda latinoamericana focaliza a los culpables del mal en sus contrapartes “demoliberales burguesas” básicamente por apoyarse en “el capitalismo”: el paradigma del mal. “Solo nosotros somos los dueños de prístinas conductas”; “solo nosotros somos propietarios de reputaciones inmaculadas”;  “solo nosotros, por disciplina marxista, somos incapaces de vivir en la riqueza y dejarte a ti la carga de la pobreza porque nosotros somos, ante todo y todos, sangre y carne del pueblo”. Habría que preguntarles a cubanos, venezolanos y hoy, especialmente, a nicaragüenses, sin esas cualidades “adornan” a sus gobernantes revolucionarios.


La combinación y el discurso político de la izquierda hispanoamericana…

 La pobreza, la ignorancia, el resentimiento y la sed de venganza junto a la lucha contra la corrupción, constituyen las bases del discurso político de la izquierda hispanoamericana. Lo vimos gráficamente en el discurso del Licenciado Andrés Manuel López Obrador en el transcurso de su campaña, lo que le trajo como rédito un triunfo sin mácula, que se manifestó en 53% sólido por encima de su próximo contendor. Escuchamos todos los días los discursos de Castro, Ortega, Maduro y Morales, plétora de los mismos conceptos. No obstante, los que están en el poder, endilgan las culpas que generen la pobreza, la ignorancia, el resentimiento y la sed de venganza, en sus “enemigos” tanto “internos como externos”. Y los casos que les atañen directamente, que son muchos y reproductores por excelencia de pobreza, los atribuyen a “infiltraciones externas” o “traiciones promovidas desde dentro” por los “enemigos de la Revolución” jamás como enfermedad propia del poder y su detentación absoluta.  La izquierda revolucionaria, según ellos, nace sin nuestros “pecados originales”.


La izquierda latinoamericana ha explotado este discurso desde los inicios del siglo XX y sin demérito de alguno de sus honestos luchadores, que los han tenido y han sido cifras en el combate por la libertad de los pueblos en nuestro continente, hoy suenan como música vacía de organillero malo, en contraposición a sus logros revolucionarios y en cada una de las naciones en las cuales han logrado o lograron tomar el poder. No han reproducido otra cosa que pobreza; han acentuado, sobre todo en los últimos años, una suerte de ignorancia supina, sobre la base de la dádiva como mecanismo de control social de masas; y se han alimentado del resentimiento y la sed de venganza, mediante la focalización del odio popular sobre sus enemigos políticos o todos aquellos que resulten incómodos adversarios. Sonó un día como fórmula inmaculada de reivindicación de los preteridos del continente. Hoy no es más que máscara barata de un carnaval vetusto que ya mustio, revela en su rostro los signos inequívocos de la borrachera del poder. ¡Ojo!: cuidado con la cruda al despertar…

miércoles, 27 de junio de 2018

Inmigración y “sociedades organizadas”: el dilema de la supervivencia frente al discurso de los “derechos humanos”.

Los países europeos tienden a vivir recurrencias temporales, acaso como aquellas que designase Polibio como “Anaciclos” y Gianbattista Vico describiese como volutas de un espiral temporal, también recurrente. Y lo hacen cada vez que enfrentan crisis económicas, políticas y sociales, en la mayoría de los casos, provocadas por su errática política internacional o la avidez de las “ilustres mediocridades” con las que llega a coludirse el poder político.

La Primera Guerra Mundial, mejor conocida a posteriori como la Gran Guerra, fue fruto de una complicada situación política, económica y social, dónde las grandes monarquías absolutas (algunas de ellas verdaderos imperios ultramarinos) venidas de las profundidades de la Modernidad, consolidadas en la Revolución Industrial y fortalecidas por los Estados Nacionales y su expansión militar, se negaban a morir o al menos transformarse para no morir. Hartos además algunos pueblos (como los eslavos, los checos y los húngaros) de hacer parte forzada de imperios extraños étnicamente a ellos, se inquietaban molestos al no ver cambios.

Las nuevas ideologías en crecimiento (la social democracia y el socialismo, por ejemplo) servían de “eficiente mecanismo interpretador” de realidades políticas, que terminaban siendo consonantes con los intereses populares y sus líderes nacidos de aquellas, algunos de ellos francamente pobres intelectualmente pero alimentados por la ira que, irremediablemente, nace del atropello y la exacción continuados. Si a este ambiente añadimos una situación general de carestía material, sin salidas en el horizonte y unos monarcas, lo menos, acomplejados, inhábiles para el mando y bajo el sino de una tara, producto de los cruces entre parentelas familiares consanguíneas (tres de los grandes monarcas europeos de ese tiempo eran nietos de la Reina Victoria, con descendencias además relativas a ella desde algunas de las cónyuges reales), bastaba apenas una pequeña perturbación para desatar un infierno. Y así ocurrió. Gabrilo Prinzip, un servio patriota, miembro de una de esas organizaciones obscuras (La Mano Negra), llevadas por la radicalidad de las ideologías nacientes, atentó contra la vida del Archiduque Francisco Ferdinando y su esposa, matándolos y desencadenado la escalada de un conflicto bélico que, en la práctica, no solo acabó con las monarquías absolutas europeas, sino desató toda la transformación geopolítica del viejo continente.

El tratado de Versalles y sus imprecisiones, la estupidez y la estulticia en el tratamiento de los derrotados (a pesar de las voces que advertían los errores de este curso de acción, entre otros, la del inglés John Maynard Keynes), incubó una segunda gran conflagración. Y junto a ella, a otros líderes amanecidos a la sombra de interpretaciones superficiales de las ideologías rampantes, en medio de las carencias materiales de las grandes mayorías. Benito Mussolini, “Il Fascio” italiano; más tarde en la Alemania postrada, Adolfo Hitler y su NSAP, fueron subproductos de esa combinación explosiva entre crisis económica, pobreza, falta de respuestas de los gobiernos democráticos a las demandas de la población y avidez por un pasado de gloria que, si a ver vamos, no es cierto que hubiesen vivido nunca las grandes mayorías, pero que estos leguleyos de ocasión les hacen ver posible de vivir en alguna ocasión. De hecho, termina siendo así para quienes los siguen ciegamente en unos “movimientos” más de naturaleza criminal y tumultuaria que “partidos políticos” movidos por principios ideológicos, al menos, empíricamente comprobables.

En 1939 reventó la segunda gran guerra y siendo que las naciones había llamado a la primera “la última gran guerra” optaron por llamar a esta simplemente “Segunda Guerra Mundial”. El fascismo y su “hijo natural” el nazismo; los ciegos nacionalismos; la ineficacia política de los gobiernos llamados democráticos para resolver los problemas más ingentes de los pueblos; y la avaricia por la riqueza nacida del usufructo oportuno de lo público, por parte de banqueros e industriales siempre tras la búsqueda de “presas fáciles”, lanzaron al mundo, particularmente al europeo, a una matazón peor, más cruenta, dolorosa y voraz en vidas humanas, que su par de principios de siglo XX.

Europa tardó más cinco lustros (cifra récord si se toma en cuenta el tamaño y cuantía de la destrucción) y los beneficios de un multimillonario (para entonces) Plan Marshall, instrumentado por los Estados Unidos y sus programas de reconstrucción de post-guerra, para alcanzar el tan ansiado Estado de Bienestar y algún grado de paz, que llevó con bien al viejo continente hasta el final del siglo XX.

Trocando la ocupación y exacción imperial del siglo XIX por el “libre comercio” y “pujante capitalismo” del siglo XX, se apropiaron igual de las riquezas de los continentes menos favorecidos, con la complicidad de gobiernos corruptos y funcionarios venales en aquellas naciones que los integraran, quienes, a cambio de su “denodada cooperación con el progreso de la comunidad internacional” recibieran ingentes recursos, armas y pertrechos para mantener a sus países en un práctico y concluyente “régimen de ocupación”. Y así “todos vivieron felices y contentos” sobre los muertos de la rebelión de los Mau-Mau; sobre el cadáver de Patricio Lumumba; auspiciando al General Idi Amin o al Emperador Bocaza; al Coronel Khadaffi o a Sadam Hussein, mientras les convino. Algunos “pueblos” aprovecharon la “oportunidad”, mientras otros, acaso la gran mayoría, perdió el “gran barco del desarrollo” o, definitivamente, lo destruyó o zozobró en el intento de abordarlo.

A finales de la última década del siglo XX, Europa y el mundo se llenaron de “líderes mediocres” otra vez. Una Europa “dormida sobre sus laureles” contempló el ascenso de tipos tan grises como Brown, Mayor y Blair en Inglaterra; Aznar y Rodríguez Zapatero en España; y, como la guinda del pastel, George W. Bush en los Estados Unidos. Bush, un hombre pedestre intelectualmente, de muy pocas luces pero muchos vicios, se empeñó en cambiar el mapa del mundo, a nuestro muy humilde modo de ver, nunca por iniciativa propia sino por el convencimiento reiterado que, sobre él, ejercieran los grandes intereses ocultos que mueven los hilos de la economía mundial. Junto a ese convencimiento, progresó la “conspiración subterránea” aderezada por la existencia incuestionable de grupos radicales alimentados por “nuevas-viejas” intencionalidades políticas, ahora vestidas de turbante, mameluco y Quor’am: el Islam.

Y así llegó el 11 de septiembre, el World Trade Center, los atentados suicidas y la misteriosa caída del Number Seven Federal Building, jamás impactado por avión alguno. Le sobrevino el ataque sobre El Pentágono, perpetrado por un avión misterioso que nadie vio surcar los cielos de Washington, ningún sistema de defensa antiaéreo detectó y lo que es peor aún, no dejó restos sobre el terreno, ni siquiera una turbina maltrecha. Ya los que la querían, al fin, tenían su guerra. Más tarde vinieron con la conseja de las “armas de destrucción masiva” y así comenzó la re-hechura del mapa mundial a la fuerza. Liquidaron a Sadam, quien, dicho sea de paso, reiteramos, adoraron y apoyaron mientras les convino. Dispusieron de Khadaffi, ya demente para cuando así lo hicieron, pero que mientras “fue santo de su devoción” hasta la campaña de un Presidente francés financió. Para, finalmente, desatar el infierno sobre el feudo de Bashar al Assad en Siria, sin lograr nada a cambio porque otros mafiosos del mundo (los rusos) lo apoyan en el genocidio y destrucción selectiva de su propia patria, merced de mutuos intereses particulares.

Ahora ni en África negra, ni en la árabe, ni el Afganistán medio, ni en Pakistán, tampoco en las estribaciones desérticas de la medianía entre Europa y Asia, los pueblos encuentran paz. Miles de refugiados huyen en todas direcciones, especialmente hacia esa Europa que, ayudando y patrocinando a sus crueles gamonales en un principio y mientras les convino, los depusieron luego, aduciendo las “bondades eternas de la democracia, la libertad y el Estado de Bienestar que los pueblos se merecen”, dejando a sus naciones a merced de sus propias pasiones, antaños conflictos sociales, políticos y religiosos nunca resueltos, sumidos en la pobreza, la muerte, la desgracia y la desesperación. Y esa gente, antiguos súbditos de sus viejos imperios decimonónicos, tratan de “volver al futuro” (como la película estadounidense de los viajes en el tiempo), encontrando al final del viaje solo rechazo, odio y puertas cerradas, muchas de ellas clausuradas por vía legal por los nuevos dictadorzuelos europeos mediocres o quienes pretendan llegar a serlo, animados por  “los ciegos nacionalismos y la ineficacia política de los gobiernos llamados democráticos para resolver los problemas más ingentes de los pueblos” ¿Les suena familiar?...

Ahora bien, resulta un hecho concluyente que “la gente común es la gente común” y lo triste es que las maniobras y manejos de estos mandatarios mediocres por trocar la realidad, junto a sus empresarios y banqueros cómplices, hace que “la gente común se enfrente a la gente común”. Los alemanes de Alta Baviera o aquellos que viven en Bonn; los húngaros o los polacos comunes; los austríacos de Viena o los belgas de Lieja que transitan por las calles día a día, tienen lo que podríamos llamar “sociedades organizadas”. La gente cumple con la ley; paga sus impuestos; va a su iglesia los domingos; y luego se entrega a mirar o jugar al fútbol. En Italia y España, los que aún pueden sobrevivir, así también lo hacen. Pero vale la pena preguntarse ¿Qué ocurriría con cualquiera de nosotros sí viviendo en una comunidad limpia, organizada, en paz, llega un día un montón anárquico de personas, que viene del desaseo, que solo conoce de la supervivencia, vale decir, es capaz de todo contra todos solo por preservar la vida? ¿Cómo lo asumiríamos?

Y es aquí dónde sobreviene el conflicto entre la “sociedad organizada” y “el discurso de los derechos humanos”. Los refugiados tienen el derecho a la vida en tanto ser la vida misma derecho humano inalienable e imprescriptible. La tolerancia es un requisito indispensable para la existencia de la democracia. ¿Pero qué ocurre si el refugiado es intolerante? ¿Qué ocurre si no sabe vivir en una “sociedad organizada”? ¿Cuántos de esos inmigrantes están dispuestos a trabajar como lo conocen en esas sociedades organizadas y cuántos no? ¿Y cuántos de los “buenos inmigrantes” no terminarán siendo explotados por esa “sociedad organizada”?.

Las interrogantes anteriores plantean el verdadero desafío de aceptar “barcos de ayuda humanitaria” cargados de inmigrantes rescatados a la deriva en el mar Mediterráneo. Tan pronto esta forma masiva de traslado de problemas se transforme en vía fácil de hacer dinero, en los países dónde se estén produciendo diásporas serán los traficantes los que tomarán esos barcos. Y el éxodo continuará sin remedio, porque es más fácil vivir de los frutos de una “sociedad organizada” que sembrar las ortigas en la propia para llegar a esa tan soñada “sociedad organizada”. Los humanos suelen avanzar siempre sobre a línea de menor tensión y de máxima rentabilidad con el mínimo costo.

Ahora bien, ¿Qué ocurre si es la vida la que está en peligro? El problema se complica. Si el derecho a la vida es un derecho inalienable e imprescriptible del ser humano ¿Cómo ser capaz de promover y convalidar su extinción como derecho? Pero que diría el miembro de una “sociedad organizada”, por ejemplo y formulada su inquietud en forma de interrogante ¿Tengo que perder la mía para preservar la de aquellos? Es fácil inferir la respuesta: ¡No!....


El problema de la inmigración es una consecuencia de la trascendencia sistémica que la misma errática política internacional de los gobiernos de la UE y USA, causaron. Que sean la UE y USA los que acarreen con las consecuencias. Y la misma diligencia que pusieron en práctica para destruir a Siria, Afganistán, Libia, así como en la creación de ese Tamerlán de hoy que es Reyep Tagip Erdogan o la proliferación del Ejército Libre de Siria e incluso el Estado Islámico, la utilicen para ayudar a esos pueblos a recuperar su libertad y reconstruir sus destruidas patrias. Utilicen su potencial militar y su aparente abundancia de recursos materiales y financieros, y asuman la responsabilidad frente a los íncubos que crearon o, en contrario, arriésguense a heredar el mayúsculo costo político de perder no solo a sus pueblos, sino el tesoro más preciado que tienen y que lograron a costa de grandes sacrificios, amén de la expoliación  de los recursos naturales de los pueblos que prácticamente los asaltan en calidad de refugiados, esto es, sus valiosas y cómodas “sociedades organizadas”…

miércoles, 28 de marzo de 2018

Putin y el otro Nicolás...


Nicolás II, el último “CZAR” del siglo XX. Señor de todas las Rusias, murió junto a toda su familia, asesinado en una estrecha habitación de una vetusta casa de campo, el 18 de julio de 1918, en Ekaterinburgo, en la Rusia “ya roja”. El Zar que nunca quiso serlo, como los principales monarcas de ese tiempo (el Kaiser Guillermo de Alemania y el Rey Eduardo VII de Inglaterra), eran descendientes directos de la Reina Victoria y de ahí el extraordinario parecido físico entre todos.

Nicolás, igual que Guillermo y Eduardo (Alberto, Bertie como lo apodara la Reina Victoria) tenían todos reservas, resquemores y frustraciones. Wilhem, contraecho, rumiaba su amargura diariamente, mientras Nicolás maldecía el día en que lo habían hecho Zar; él solo aspiraba a “pasarla bien” con su numerosa familia, a la que amaba entrañablemente. Nunca fue un hombre de Estado y menos dotado del carácter para serlo. Un tipo silencioso, metódico, recatado y sencillo a pesar del boato del que se rodeaba, podría decirse, sin temor a exagerar, que resultaba “muy poco hábil para la gestión de cualquier gobierno”. Cometió una ristra interminable de errores, en más de una ocasión inducido por su alemana esposa Allix de Hesse, quien asumiera, luego de las nupcias con él, el nombre ruso de Alejandra Fiódorovna Románova. Buen padre, resultaba inútil, ya lo hemos dicho, para el ejercicio del poder: así lo reconocía reiteradamente sin ambages de ninguna naturaleza. Pero le tocó en suerte, hallando la desgracia al medio término de su camino como monarca.

Vladimir Putin aspira convertirse en el primer “CZAR” de todas las Rusias del siglo XXI. Añora y admira la figura de Nicolás. Incluso lo ha hecho canonizar por la iglesia ortodoxa y se le venera, junto a todos sus símbolos imperiales, sirviendo en alguna medida a la campaña del “renacer ruso como potencia” que sirve de motivación central al discurso del Presidente recién electo. Putin necesita por fuerza no solo conflictos sustantivos que le permitan seguir encendiendo en el pueblo ruso el   añoso fervor patriótico de otro tiempo, sino hacerle entender que solo él está en capacidad de “conducir a Rusia por senderos de gloria y victoria”. Al propio tiempo, tiene que expandirse en la retaguardia del “monarca estadounidense” que nace en la persona de Donald Trump. Una pieza importante de esa estrategia subterránea, la constituye “la invasión comercial del patio trasero del imperio norteamericano”.

La creciente inversión rusa en América del Sur, en abierta competencia con los chinos, la otra “monarquía absoluta emergente” bajo la égida de un Xi Ji Pin ahora “mandatario vitalicio plenipotenciario” por voluntad de la Asamblea del Pueblo, lo demuestra. Es entonces que hace su aparición “el otro” Nicolás. Sorprendentemente parecido al Zar Nicolás II, nunca físicamente sino en lo buen padre, circunstancia de magnitud catedralicia; igualmente en aquello de “tocarle en suerte” ser mandatario, no habiendo querido serlo nunca; incapaz, sin la más mínima duda, para conducir gobierno alguno, siendo muchas de sus erráticas decisiones fruto la mente de su señora esposa, este otro “Nicolás tropical” es pieza singular en la estrategia mundial de Putin, al menos por estos lares.

 Venezuela, una nación petrolera, endeudada no solo con Rusia sino con buena parte del mundo desarrollado, mal dirigida y peor llevada, pero con una infraestructura industrial dedicada a la explotación y refinación de crudo, que acaso con una mínima inversión, podría rescatarse para el servicio de los intereses rusos, le permite a Putin expandirse justo en la mera retaguardia de Donald “The menace”, con una amplia red de distribución de gas, operable a costos muy bajos, dominando en el muy corto plazo no solo el mercado local, sino algo estratégicamente mucho más valioso: la distribución de petróleo y gas en la región. Al propio tiempo, puede evadir “sanciones” por cuanto “hace negocio con un gobierno igualmente sancionado”.

Al propio tiempo, Putin puede conducir a sus oligarcas en una dirección estratégica tendente a comprar, a precio de “gallina flaca”, lo poco que queda de pie del muy dañado parque industrial venezolano, colocando también por esa vía una importante cuantía de tecnología obsoleta en su repotenciación, permitiendo convertir “en deuda” activos de valor cero en libro e instalarlos para producir bienes e incluso servicios, a muy bajo costo y alto rendimiento. Este otro Nicolás, pobre en capacidades como el otro ruso de un tiempo ido, ofrece sin embargo excelentes posibilidades para quien se ve y se siente Zar de todas las Rusias…Mata dos pájaros de un tiro: le ronca en el patio al monarca estadounidense en ciernes y se hace de una importante “cabeza de playa” en su guerra personal con occidente. Vladimir ya tiene su Nicolás de carne y hueso, sobre todo de “bastante carne”, bien barato y simple, sí, pero tremendamente útil en su camino hacia el trono y sus ansias expansionistas. Las distancias se acortan, cuando la historia y los intereses políticos, así como económicos, las tocan…Vico, Vico, que cosa caprichosa aquella la de tus volutas…



viernes, 16 de marzo de 2018

“LA HOGUERA DE LAS VANIDADES”



Como bautizase Fray Girolamo de Savonarola (1452-1498) a esa gran pira que mandase instalar en el centro de Florencia, para la incineración de aquellos objetos que se considerasen propios de una vida impía, así nos atrevemos a colocar esta “pira propia” para lanzar al fuego pío, aunque en vana purificación, nuestras reflexiones propias en estos “sueltos”; breves líneas que intentan poner de manifiesto tanto las “vanidades políticas” como las “pasiones obscuras” que parecen domeñar la naturaleza de aquellos quienes dirigen los destinos del mundo. Aquí los consigno a una posteridad que no luce tan segura y para todo aquel que tenga la gentileza en leerlas. Dios nos guarde los años que sean posibles, ante tanta y tan variada estulticia…

1.       LA MALDICIÓN DE LA RECURRENCIA…

La humanidad pareciese estar involucionando políticamente o tal vez, por paradoja, avanzando a lo que será el futuro descarnado, sin caretas, sin ambages, sin apremios morales en el tiempo que viene. Donald Trump lo hace de regreso a las “ciudades amuralladas”, transitando hacia los antiguos imperios cercados por piedra, tal y como lo hiciesen a su tiempo los griegos, los persas o, sin duda, los romanos con su muro de Adriano o los chinos con su Gran Muralla.

Vladimir Putin camina hacia su definitivo zarinazgo. Da la impresión en todos los sentidos. Los escudos, las banderas, las rutilancias ceremoniosas; morriones empenachados y altos kepis; pechos militares cruzados de botones dorados, con guardias de honor que simulan los fusileros de plomo, como en aquellos juguetes de las postrimerías del siglo XVIII. Arrestos iluministas a lo “Pedro el Grande”, luciendo galas entre los solares reflejos de espejos de ingente formato, en salones enjaezados para grandes bailes de ocasión. Sumisión a la Iglesia Ortodoxa y corte de “nuevos boyardos”, pero ahora con elegantes trajes de gabardina y seda, en lugar de largas y pesadas túnicas de gruesa lana, con rebordes de terciopelo púrpura. Por báculos: grandes teléfonos móviles. Y por sobrias calesas inglesas, negras como la noche y tiradas por briosos corceles, automóviles alemanes lujosos del mismo color, guiados por choferes de pulcra estampa. Vladimir I, Gran Zar de todas las Rusias: el trono te espera…

Regep Tayip Erdogan, a galope tendido de nervioso caballo turco, espera revivir y reciclarse no en suerte de Ataturk, sino más bien en Suleiman, perpetuándose como verdadero sultán contemporáneo sobre su añosa Turquía, como lo hiciese por lustros el antiguo “Magnífico”. Simultáneamente lo hace con arrestos de Tamerlán, cuando lanza a sus “turcos indomables” contra los “kurdos y peshmergas” en Irak y Siria, imbuido de delirios otomanos expansivos; mientras, su enemigo allende las fronteras Bashar Al Assad, tirano mentiroso y manipulador, se hace “monarca absoluto” sobre una Siria en ruinas. En fin: reelecciones por aquí, perpetuaciones por allá.

Y en nuestros predios tropicales tal y como el Mausolo caribeño, fallecido recientemente, lo hiciese sobre Cuba la bella por seis décadas, su heredero hermano por “sucesión dinástica”; un Ortega nicaragüense trocado en Somoza de este tiempo; Morales, en suerte de Inca redivivo sobre Bolivia; y Maduro, arbitrario gamonal de pocas luces sobre Venezuela, pretenden reeditar las viejas dictaduras que pareciesen históricamente connaturales a estas sufridas tierras, utilizando como pretexto su “resistencia revolucionaria” contra los “imperios de occidente”. ¡Insólito!...
No hay manera: vamos “para atrás como el cangrejo”. No en balde no puede uno deslastrase, como pesadilla sistemática, de los inveterados “anaciclos de Polibio”; las volutas descendentes de los sentenciosos e inexorables “espirales recurrentes de Gianbattista Vico”; y lo que luce ser la reiteración inevitable y traviesa del “tiempo curvo de Albert Einstein”. ¿Qué hacer? ...Pareciera ser que del fondo de la historia venimos y hacia el socavón más profundo de ella vamos…

2.       LOS ERRORES DEL PASADO…

Nadie aprende por cabeza ajena. En Venezuela, durante el tracto terminal del gobierno del Nuevo Ideal Nacional, el General Marcos Pérez Jiménez, acaso llevado por las “tensiones adulatorias” del Dr. Laureano Vallenilla Planchart por un lado y Pedro Estrada por el otro, así como por sus propios temores, se puso a perseguir, encarcelar y hasta mandar asesinar oficiales de las Fuerzas Armadas, Seguridad Nacional mediante. Sin fórmula de juicio, sin cumplimiento de la más elemental norma militar y más allá de su ámbito castrense, nutridos grupos de oficiales, en particular subalternos, fueron sujetos de seguimiento, arresto, persecución y, finalmente, como en los casos del Teniente León Droz Blanco y el Capitán Wilfredo Omaña, arteramente asesinados por esbirros de la Seguridad Nacional. En el caso específico de Blanco, Braulio Barreto, oficial de ese cuerpo policial, viajó expresamente a la ciudad de Barranquilla, pagado por el gobierno nacional de entonces, con la misión concreta de asesinar al joven oficial, quien se encontraba allí en condición de exiliado.

El ámbito militar, gústele o no a quien sea, tiene sus propias leyes, tribunales y cuerpos de inteligencia. Eso lo entendieron claramente Betancourt, Leoni, Caldera, Lusinchi, Herrera, Pérez y Velázquez. Jamás la Digepol y menos la Disip, arrestaron, persiguieron, encarcelaron o torturaron oficiales de las Fuerzas Armadas, en servicio activo, con cargo y comando. Siempre, aunque fuera “de forma”, se respetó sin tacha esa “ley de la costumbre” más por “verdad verdadera” que por “verdad procesal”. Esa costumbre perezjimenista de perseguir militares con la SN, le granjeó la pérdida del apoyo de la mayoría de la oficialidad militar, aún de aquellos para quienes resultara indiferente la presencia perezjimenista en todos los ambientes, por aquello de que “cuando veas las barbas de tu vecino arder…”. Las torpezas terminales son ínsitas de quien se siente acorralado o, en el otro extremo, prevalido de un poder sin límites. MPJ también creyó, igual que Chávez, en la mal llamada “unión monolítica de la institución armada”. Así, el primero tuvo que marcharse una fría madrugada de enero, constatando en la práctica la inexistencia de la tan mentada “unidad monolítica”; el otro tuvo que experimentar “en carne propia” la amarga experiencia de un golpe que, aunque fallido, le demostrara todo lo contrario. No hay monolito eterno…

3.       CUBANOS INFILTRADOS Y VENEZOLANOS PAGADOS…

Es posible colegir que los “oficiales militares procesados” hoy en la Venezuela bajo la presidencia de Nicolás Maduro, no cayeron únicamente por torpezas propias. Tampoco lo hicieron los que cayeron el 4 de febrero de 1992 y menos los del 27 de noviembre del mismo año. Rodaron esencialmente por la delación. Los delatores, por lo general, fueron de dos tipos: los tarifados y aquellos que, por miedo, pensaron que podían perder sus carreras. Ninguno de los dos tipos, me atrevo a asegurarlo, lo hizo por “orgullo militar” o “amor a la democracia”. Tras la delación, hubo el sonido cautivante de la plata; el acomodo muelle en cargos y plazas privilegiadas; y, por supuesto, la correspondiente “lluvia de estrellas”, muchas de ellas inmerecidas.

Lo que no terminan de entender nunca los delatores es que a los traidores no los quieren ni quienes se benefician de su delación. Nadie termina confiando en ellos y en las Fuerzas Armadas o aún en esta Fuerza Armada Nacional, todo se termina sabiendo. No hay cosa peor que la afamada “Ley del Hielo” y, en sentido falsario, esa “presunta confidencialidad” que ofrecen “los compradores de información”. Algo es absolutamente seguro: nunca se cumple. Quien delata “vende su alma al diablo” y este diablo de hoy viene de la manigua cubana.

La delación se sabe porque hay un reporte, un expediente; alguien quien escribe, archiva y lleva información. Hay custodios, compañeros de armas y subalternos que respetan y admiran: esos protegen con el silencio, no necesariamente cómplice. Pero están los enemigos y los que están cazando la oportunidad por envidia, miedo o necesidad. Por ambos predios se cuelan los cuentos. Este nuevo “Diablo del Son” reconviene con melosa palabra, paga igual, pero graba y se vuelve propietario de las supuestas “confesiones voluntarias” y un día, como le hicieron al íncubo de Mario Silva, las hacen públicas por conveniencias personales o agendas particulares de sus “generales revolucionarios cubanos contimas mafiosos”.

Pueden extorsionar con ellas llegado el momento o amenazar por favores. Estos militares cubanos de hoy, heredaron a la Guardia Batistera; están aquejados de la misma enfermedad ínsita: cubanía con viejos vicios y poder mediante extorsiónTarde comprenderán los delatores cuan pírrica resultó la tarifa…

4.       EL LENGUAJE DIPLOMÁTICO Y EL REPARTO DE LAS ACUSACIONES…

Los diplomáticos de profesión son recurrentes en el “discurso de la corrección”, la morigeración y los modales propios de “cónsules y embajadores”. El Consejo de Seguridad de la ONU, al menos lo que tenemos oportunidad de ver por los medios internacionales, es plétora de estas distinciones diplomáticas. Podemos ver a la atractiva señora embajadora de los Estados Unidos, acusar a la Federación Rusa de las peores “maniobras en perjuicio de naciones y pueblos de la humanidad” y el adiposo embajador eslavo responderle, con absoluta corrección, eso sí, que “los Estados Unidos pretenden ser el hegemón del mundo por la vía de la violencia policial”. Personifican los representantes diplomáticos de ambas naciones, par de vírgenes vestales incapaces de cometer “esos tan bajos crímenes” de los que injustamente “se acusa a los gobiernos de sus respectivos países de origen”

Si se trata del veto a las sanciones en contra de Assad: “Nunca…Rusia no puede permitir se pretenda sancionar a quien, cumpliendo con su sagrado deber, en aras de la defensa del sagrado derecho internacional humanitario de sus ciudadanos…” haya reducido a calcinados cadáveres y cenizas humeantes, densas poblaciones de su árabe país. Por otra parte, tras la decisión de mudar la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén, considerándola con ello capital de Israel y echando por tierra todos los esfuerzos para lograr la convivencia pacífica de judíos y palestinos, la morigerada embajadora afirma categórica que “…el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica como jefe de la diplomacia de nuestro país, ha hecho uso legítimo y legal de sus atribuciones. En tal sentido, tenemos el derecho inalienable, como nación, de decidir dónde ubicar nuestras legaciones diplomáticas y advertimos firmemente a todos aquellos que votaron en contra nuestra que se atengan a las consecuencias.”  Alfonso Capone: niño de pecho…

Los rusos deben dar una explicación “satisfactoria” sobre el atentado contra el ex espía ruso que vendiera secretos a los ingleses, traicionando a su país y sobre el que, supuestamente, “espías rusos matones” hubiesen perpetrado un atentado. “Injusto e ilegal comportamiento de rusos” pero no es ilegal ni la traición y tampoco la venta de secretos a un “vecino político europeo bien hostil”, siendo un oficial militar en servicio activo y, por añadidura, adscrito a la Inteligencia Militar. ¿Y cómo saben que fueron los rusos? ¿No pudieron haber sido agentes del MI5 o el MI6 en una de esas urdiembres típicamente inglesas, tratando de devolver a UK un protagonismo que, en esa materia, ya no tiene? ¿Por qué no pensar que se pudiera tratar de una combinación CIA-MI’S para vengarse de la intervención rusa en las elecciones norteamericanas, tratando de reproducir un “escándalo internacional” en la víspera de la re-elección de Putin, intentando así debilitar al “nuevo Zar” en su camino de ascenso al “trono ruso”?¿No pudiese acaso tratarse de un “celoso funcionario” de la CIA que ante la inacción de su gobierno por solucionar “la trama electoral ruso-estadounidense”, hubiese decidido actuar “by his own” para detonar un conflicto político internacional, con ocasión del proceso electoral ruso? ¿Por qué será que cada vez que un país se monta en los poderes fácticos del mundo, colección profusa de “conservadores”, renacen las historias de conspiraciones que se remontan a la antigua guerra fría? ¿Y los conservadores rusos, capitalistas salvajes de fondo, que me cuentan de ellos, que son tan “conservadores” como el peor de los “tories” o “el halcón más halcón” de los americanos, pudiendo haber cumplido con un “contrato” librado por el “putinazgo” cuatros años atrás? …Entre diplomáticos te veas…Como solía decir Nietzche: “la verdad no existe”



lunes, 12 de febrero de 2018

De la “lucha revolucionaria” a la “supervivencia narcofabularia”…

La “Revolución” en América hispanoparlante ha existido desde que el republicanismo arribó a estas tierras, volando en las alas del jacobinismo revolucionario francés. Desde entonces, hemos bautizado como “Revolución”  a todo movimiento político, devenido luego en militar, por aquello de su “necesaria e imperiosa realización”, que busca, esencialmente, “la reivindicación del preterido y la recuperación de la libertad”, quedando claro que el preterido lo encarna el perseguido político, el esclavo, el manumiso, el campesino o la población urbana en estado de depauperación total. La  “libertad” más una sensación que creación política, representa más bien una “concepción plástica” capaz de adaptarse a cualquier causa posible.

Para todos los habitamos estas tierras y hemos tenido la historia por oficio, afición y pasión, es fácil discernir sobre nuestras trayectorias revolucionarias, con cierto grado de precisión además, pues todas suelen transitar un camino similar. Llevadas a cabo por un líder carismático dominador, terminan levando masas y haciendo armas contra “el opresor” cualquiera que sea la identidad de este personaje, con certeza sí “enemigo general de toda revolución”. La “Revolución” termina triunfando indefectiblemente (mejor si es tras un hecho de armas poco prolongado pero muy intenso, con mucha sangre, lo que favorece su épica patética) o mediante una paz negociada con aquel quien fuese, precisamente antes de la paz, “el opresor”. Asume el poder político, se llena de “generales y comandantes” victoriosos; son largas las celebraciones populares; algunos de sus combatientes regresan a sus oficios originales y a sus sufridos hogares, luego de larga ausencia; y los buenos deseos, voluntad indeclinable de mejores propósitos, así como nobles juramentos de pulcritud administrativa en el manejo de la cosa pública, abundan en el discurso político del triunfo revolucionario.

Tras poco tiempo de vida pública, algunos líderes (los más románticos o los que no llegasen a percibir con prontitud “su legítima tajada del botín”), se distancian del gobierno revolucionario, quien, corrida la medianía de su gestión, termina persiguiéndolos, encarcelándolos y disponiendo finalmente de ellos, por la vía de la ejecución extrajudicial o la “desaparición forzada” o el “conveniente accidente triste”. Al primer par de años, el líder carismático construye su grupo cerrado de poder que con las “nuevas fuerzas vivas progresistas”, termina consolidando una nueva oligarquía, tan opresiva y corrupta como la anterior, y de la cual se descuelga un nutrido grupo de funcionarios, profesionales liberales, negociantes y aventureros quienes se constituyen, finalmente, en medianía social. Abajo, las mismas legiones de pobres siguen siendo preteridos del festín revolucionario aunque “la parla retórica oficial” se llene la boca con sus “compromisos revolucionarios irrevocables” contraídos con aquella nutrida mesnada de población que, en su abandono, casi termina comiéndose entre sí.

La oligarquía prebendaria y prebendada, junto al líder carismático, transcurridos los años, culmina su proceso de conversión a “oligarquía opresora” y el líder de “héroe vengador” a “tirano homicida”. Como los problemas sociales subyacentes nunca se solucionan, del seno de esa gruesa población por “reivindicar” renace, como un tumor en un viejo tejido cancerígeno, un nuevo líder carismático con su verborrea revolucionaria, plagada del afán de venganza. Y vuelve la noria a su vuelta inexorable y las ocurrencias, como en una trayectoria circular, a sucederse de nuevo.

En ese tránsito recurrente, nosotros los latinoamericanos de cualquier cuño nacional, hemos pasado, en mayor o menor medida, la vida política de los últimos 200 años. Durante el siglo XIX y buena parte del XX, nuestras revoluciones se hablaron en lenguajes políticos específicos; primero fue en lenguaje republicano; luego en una suerte de mixtura entre lenguaje republicano y demo liberal; y, finalmente, en rimbombante lenguaje marxista. Los mismos jóvenes llenos de ideas revolucionarias (los burgueses románticos y los pobres resentidos buscando venganza), se fueron a las calles, luego a los montes y mares, combatiendo con las uñas para “derrocar al tirano”. Se llenaron las ergástulas de aquella juventud; los sótanos sombríos de la tortura, con sus heces y su sangre; los campos de batalla con sus tripas y sus gritos. Para que al fin, triunfante la revolución, esta terminara cayendo en los mismos vicios nacionales inveterados. Incluso los otrora “compañeros de lucha”, culminaran trocándose en ricos terratenientes, rutilantes Generales o Comandantes, rociando con buen vino o espumante champaña su propia efeméride revolucionaria, tras el “obligante recuerdo” a los “mártires de la revolución”.

Pero la práctica política de estos tiempos, caracterizada por una miseria humana descarnada, ha convertido la impronta revolucionaria en intersección del interés por y para la conservación del poder con los más obscuros intereses del hampa común, una suerte de práctica igualitaria que en nuestro continente, sociedad totalmente estructurada sobre la base del poder como motivación (lo que implica la sempiterna existencia de “gente pobre  con origen de menos” y “gente rica con origen de más”), permite al “tipo de a pie” convertirse, rápidamente, en “exitoso empresario” por la vía del contrabando de alimentos, medicinas y, por supuesto, el tráfico de drogas. Son Pablo Escobar y Jesús Guzmán (El Patrón y El Chapo, respectivamente) ejemplos palmarios de lo que estamos exponiendo. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el Ejército de Liberación Nacional, la Revolución Cubana castrista y, finalmente, su par, más bien súbdita tributaria, la socialista venezolana, han transitado ese camino y sus “lucrativas sociedades”.

Coludidos con el narcotráfico por aquella hipócrita postura de que “al imperialismo y a la burguesía hay que derrotarlos internamente mediante sus propios vicios”, han defendido, protegido y finalmente asumido el negocio del narcotráfico en algunas de sus organizaciones e incluso la operación directa de sus negocios derivados, tales como el blanqueo de capitales o la transferencia de activos, como parte de sus estructuras de financiamiento. Y aún el mundo sabiendo de sus fechorías, interconectado gracias a las TIC y a esa “chismografa tecnológica de amplio espectro” que es la internet, siguen “los líderes revolucionarios” en su cotidiana parla contestaria, hablada entre republicanismo bolivariano y vetusto lenguaje marxista, construyendo su inocente “retórica narcofabularia” tratando de engañar al incauto, siempre pobre y desamparado, quien sigue creyendo en su futura vindicación.

Aunque esta realidad social, económica y política esté dominada por la más vulgar de las hipocresías y gobiernos como el de los Estados Unidos de América, hayan hecho más de un negocio con esta gente del narcotráfico internacional (que cada día viran más sus intereses comerciales hacia el naciente y lucrativo negocio del tráfico de medicinas y alimentos, más remunerativo e invisible por su “legalidad y legitimidad”), no hablan los americanos de “moral revolucionaria” ni de sacrificio patriótico por el “pueblo preterido”. No lo hicieron antes y no lo hacen ahora. Desde luego que no los justifica, pero es menos vomitivo que lo que hacen estos líderes revolucionarios de hoy. Lo doloroso de la farsa no es la farsa misma, es que crean que quien asiste a ella es estúpido. La “narcoparla revolucionaria” tiene un límite estupefactivo y, al fin los pueblos, tarde o temprano, despiertan finalmente de sus borracheras. Cuidado con la resaca…